A medio pulmón, hay cosas que te debo
Si vuelvo a nacer, te busco sin duda
Me quedaron cien, cositas en el tintero
Y tú te diste cuenta sin mirar atrás
Las cosas que nunca te dije
A medio pulmón, hoy duermo en el suelo
Y ya no habrá más "donde estas que no te veo"
Tú querías oir cosas que nunca te dije
La soledad no está tan sola, ¿no ves que a mi no me abandona?
Claro que te echo de menos, por eso se me cosen las costuras de las sábanas a los vacíos intermitentes que ya no deja tu aliento en mi pecho. Y duele, claro que duele, por eso evito los rayos de sol asesinos que me muestran esos rincones que ya no te guardo para que los vayas habitando poco a poco. Ahora son lugares muertos, se gangrenan y me corroen los baldosines, convirtiéndolos en estériles, incapaces de derramar lágrimas de consuelo. Y acabo siempre bajo el mismo peso, intentando conciliar un sueño repleto de pesadillas con la vana esperanza de despertar y verte a mi lado como entonces.
Natxo sin paréntesis
Perdido en el camino entre el amor y el odio, tan cerca del cielo como del demonio
Claro que te echo de menos porque ya no sé dormir sin tus manos de alabastro enfriándome las muñecas, replegándose en los vacíos de mi médula, porque no soy capaz de odiarlas ni aunque las recomponga segando otros cuerpos más allá de mi piel. Así que cada noche descompongo mis opciones rebuscando tu rastro en el suelo inerme en el que siempre termino pudriéndome, helada y vacía. Siguiendo el rastro de mis lágrimas en un vano intento de encontrar, como si se tratase de baldosas amarillas, el camino de vuelta a ti, el camino de vuelta a casa.
Sherezade
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Sonando: "Si el cielo está gris" de Extrechinato y tú
Foto: Sherezade
Hoy por primera vez en 24 años he llegado con tiempo a una estación de autobuses. Esa en la que durante cuatro años me dejé los sueños en viajes infinitos, de Salamanca a cualquier espina dorsal. He tenido diez minutos para repasar, escombro a escombro, cada derrumbe sentido en esas dársenas, al borde de la ciudad amarilla, para acrecentar el nudo gordiano que me apresa la garganta y que no sé como deshacer ahora que he dejado de lado todos los cuchillos.
Y hoy por primera vez en mi vida escupo mi debilidad reconociendo mi estancia en las cunetas y pido luz a los faros que siempre se han mantenido brillando cerca. Hoy, despierto con un adiós infectándoseme en las costillas, con el sabor a sangre y cervezas aún en la boca y con las gafas de sol cosidas a las retinas en este día nublado. Hoy cuando se me guillotinan los sueños entre las manos admito que no soy tan fuerte, que esta vez mi propia flecha ha acertado en carne viva y ni aún abriéndome las venas conseguiré que sangre.
Hoy no me doy por vencida porque le debo a muchas manos el seguir de pie, pero he decidido vencer mi vértigo sólo para poder acercarme al borde del precipicio sabiendo (porque lo llevo escrito en los nudillos) que no sé volar. Ni lo pretendo.
Y hoy, cuando aparecen los primeros molinos en el horizonte no me quedan dedos para secarme las lágrimas, yo que siempre supe blindarme tan bien que parecía tener el corazón de hielo. Hoy vendería cada gota de la sangre que ya no sé derramar para que aquello no fuese sólo una imagen difusa en los espejos.
“Y le hizo un trato al colchón
con su espuma se forró el corazón
anoche era de piedra
al alba era de mimbre
que se dobla antes que partirse…”
Sonando: “Corazón de mimbre” de Marea
La quiere en silencio y es así como la ha querido siempre, incluso cuando estaban juntos. Entonces se guardaba los besos en un bolsillo y los iba dejando caer en un estúpido intento de ponerla a prueba. Necesitaba que ella siguiera el camino mientras se llenaba los mofletes y sonreía. Sin darse cuenta, se perdió en ese afán perpetuo por hacerla sonreír y acabó congelando el incendio de tanto miedo que tenía a perderla. Ella le regaló un imperdible y le confesó que adoraba las espirales en un intento de sonreír de corrido en todas las alamedas. Pero terminaron por adentrarse en el invierno y ella cometió el pecado de sobrevivir. Así que él llenó los cubos con los recuerdos que nunca se ponía y se fue al norte, se vistió con esos pantalones que tenían un agujero en el bolsillo izquierdo (¿cual si no?) pero ella no percibió las huellas dactilares de los ruegos aéreos. Y no hubo gritos urgentes ni pañuelos de despedida. Sólo el silencio de él (gritando: pídeme que me quede) y las lágrimas por dentro de ella (gritando: quédate). Luego cartas vacías, kilómetros y aún más silencios.
Ahora se cruzan cada poco pero nunca han vuelto a encontrarse, una noche llegaron a rozarse la piel tan de cerca que se disolvieron el uno entre las piernas del otro y se atragantaron de beberse los besos tan deprisa. Él, que había olvidado el tacto de sus lunares le contó las vértebras con un cuento. A veces aún hunde las manos en cenizas y recuerda los besos que perdió desde entonces.
Hay noches en las que puedo oírle llamarla a gritos en sueños. O en las pesadillas que le dictan que se le acabaron las oportunidades.
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Sólo esperando que algún día llegue a tiempo
sólo esperando que vuelvas a mi recuerdo
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Sonando: "Siempre tarde" de Celtas Cortos
La foto es de Sherezade
Todos dicen que estoy enamorado de ti
8 comentarios Publicado por Natxo sin parentesis en 4:57 a. m.
Para Sherezade, porque sí.
Todos dicen que estoy enamorado de ti. Llevo meses escuchando los susurros que se levantan tras un comentario a tus textos, tras una mirada prendida en tus pestañas, tras una mano tendida. Porque siempre encuentro tus manos (aunque tú las odies) al final de todos los pasillos que se levantan en curvas demasiado cerradas, porque siempre es tu voz la que me miela los sudores fríos de todos los escalones que (son tus palabras) me ayudas a escalar. Y en las escalas siempre termino buscando tu dedos enlazados en red para terminar provocando los rumores presos del café en nuestra ausencia.
Todos dicen que estoy enamorado de ti. Y podría estarlo Niña, porque me enjaulan tus miradas de soslayo, que construyes tejiendo líneas infinitamente verdes como las náyades que te contaba hace tanto. Aquél tiempo en el que me daban miedo tus palabras tan cuerdas que siempre me amarraban en los argumentos más racionales, cuando tu sentido común me sorprendía de tan sentido y tan poco común. Será porque eres poco común, porque coleccionas matasellos en las clavículas de tres continentes y siempre guardas en los bolsillos anécdotas de países con muy distintas luces. Puede que fuera eso lo que te imprimiese la tolerancia necesaria para tener amigos en todos los bandos, sin juzgar, pero dejando claros tus principios, esos que te tatuaste en la piel y que te hacen ser una persona excepcional, a la que he visto hacer cosas por los demás que no haría ni por ella misma. Porque en tu diccionario de conceptos básicos no aparece el yo, solamente un puñado de nosotros que hace que todo aquél que te ronde cerca se sienta pronto en casa. Nunca hubo un nombre tan bien puesto como el que te impusimos hace ya muchos años, ese Niña que sustituye, en nuestros labios, todos los adjetivos que nos engendra esa forma tan tuya de afrontar el mundo.
Podría estar enamorado de ti Niña porque, como me dijo uno de esos que opina que sí te guardo bajo la almohada, eres tan guapa que da miedo. Aunque a mi me da más miedo que te des tan poca cuenta de ello. Que no sepas que vales mucho más que el cuadrado de la longitud de tus piernas infinitas. Aún más. Me da miedo que llores, me da miedo que con tus batallas a la espalda, aún seas capaz de alzar la voz para contarnos un cuento. Y creer en ellos. Me da miedo que seas capaz aún de ofrecer en bandeja, dúplex entre tus ventrículos.
Y supongo que este pavor es porque, por todo esto, podría estar enamorado de ti. Pero no lo estoy. Aunque a ratos me da miedo no estarlo.
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Sonando: "No estarás sola" de Ismael Serrano
Foto: Sherezade en su más tierna infancia ;)
Puedo ver tus manos recorriéndole la espalda y asiéndote a sus brazos como si fueran el último sorbo de vida. Trago, no sé si el hielo o el último sorbo de la mandrágora que cultivo sólo para ti. Me dan arcadas. El vómito me cosquillea la traquea como él pelliza tu piel por debajo de la camiseta y sé que si cierro los ojos caeré de la silla con el peso de vuestros cuerpos engarzados como bisutería barata. No consigo entender que hago aquí, con la mirada vacía porque ya no sé llorarte más, tragándome a espuertas el cemento que funde vuestros cuerpos a unos metros de mi vacío.
¿Qué es lo que hay que hacer para olvidarte?
Algunos momentos quiero arrancarme las uñas y bañar en sangre la desesperación que me clava puñales oxidados en las vértebras, reventar el pequeño mundo en el que me muevo rompiendo todos los espejos en siete, a ver si hay suerte. Momentos en los que me chirría la vida como un tren repleto de frenos, derrapando en pizarras llenas de raíces cuadradas sin calculadora. Y quiero estallar cristales contra las farolas para no descubrir, una vez tras otra, que ya no me barre los pies mi sombra sino una mancha, densa, que me anuda los tobillos al alquitrán seco de tus ojos desiertos.
En vez de eso, sigo sentada con un vaso mediado mirando mis piernas cerradas, tu ventana sellada.
Sonando: “Corazón de tango” de Doctor Deseo
Sus uñas pintadas de sangre me revuelven el pelo sin encarnarse, sembrando con los dedos surcos que van desde la nuca a las sienes, pasando suavemente por detrás de las orejas calentadas a base de sentir su aliento, cálido, en el lateral de mi cuello. Acariciándome el corazón como si no quisiera, como sin mirar. Puedo oír su respiración e intuir el roce de sus labios en los lóbulos, sus senos rozando mi espalda y los escalofríos recorriéndome la columna cuando sus uñas arañan la carne y su aliento, finalmente, se recoge en la encrucijada naciente de mis hombros. Sé que me costará aún más noches en peligro de demolición, que me agarrará las entrañas con esos dedos largos y finos y ya no podré soltarme, pero me giro para beber su boca y hacer heridas, diente con piel en el cuello desierto, en el pecho, ahora despojado, recorriendo caminos concéntricos en sus pezones mientras la sangre de sus dedos escribe jeroglíficos imposibles en mi espalda. Noto su peso sobre mis caderas, sus piernas envolviéndome la cintura con la columna arqueada, vencida a mis manos, a mi boca. Desaparece mi camiseta, sus pantalones y los míos, mi ropa interior, y la suya, se desliza por sus muslos como agua derramada entre sus piernas de canela.
Sentada, ahora sobre la mesa, me ciñe entre sus piernas mientras mi mano derecha se pierde buscando manantiales en los que beber cuando la luz se pierda y la izquierda cuenta los pasos de los senderos más insondables. Beso la arenosidad interna de sus muslos, de su ombligo de melocotón en las cuencas desiertas de mis nudillos, cuando descubro el tacto de sus dedos, esos dedos, bajo mi vientre, éstos empiezan a provocar que mis uñas, inexpertas, no encuentren gritos en los que alojarse. Su tacto me lee en la piel marcándome a saliva sus propuestas, dejando estelas de escalofríos, de ganas, de ansia.
Es su mano la que me reúne en su cuerpo y las que se alojan, cruzadas, en mis hombros mientras nos agotamos en el roce rítmico de sus muslos en mi cintura, compitiendo con sus dientes en mis clavículas, con sus senos en mi pecho, con respiraciones ahogadas en voces que no llegan a susurrar palabras base.
Cuando sus uñas vuelven a pintarse de nuevo en la sangre coagulada de mis omoplatos, penetrando hasta diluirse en el riego directo a los puntos flacos, su novio realiza la primera llamada telefónica. Con la piel aún enrojecida, con mis veredas franqueadas tintándole el rostro, ella coge el teléfono y sonríe: “Todo bien por aquí cariño”
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