Te fuiste y sólo fui capaz de retenerte en el espejo. En esa última mirada atrapada en el tiempo líquido que se nos escurría en las manos, tiñendo de plata vieja los escasos recovecos que nos quedaban. Ya no existía lugar para el recuerdo cuando estalló tu imagen en mil pedazos repletos de mala suerte, al compás de la puerta tras de ti. Escribí un adiós asonante en el suelo y me propuse quemar todas las rayuelas cuya meta no fuera tu cama. Y ya de noche, me acosté dejando encendida la luz de las puertas abiertas, por si acaso se te ocurría regresar…
… más raro fue aquél verano que no paró de nevar…*
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