dice que no llores sola,
que ella quiere compañía, que la noche es larga y fría.
Ella en vela pasa las horas...
"En vela" de La Fuga.
Porque si tú no duermes Niña, la luna ilumina menos.
Y si lloras, ¿qué cojones importa que ilumine?
Foto: Sherezade
Dicen que solo es miedo. Y te ríes. Sin creértelo, claro. Has oído demasiadas veces la misma retahíla de estupideces copiadas con mala letra de un manual de psicólogo para principiantes. Siempre es la primera respuesta, el miedo. Sabes de sobra que eres un cobarde, que sólo jugaste a olvidarla mientras volvías a degustar bajo las sábanas el regusto oxidado de su tacto. Que al final de las noches en vela siempre supuraba ella y que en cada trago se pudría el sabor de su boca. Pero jugaste a olvidarla y ha habido momentos desde entonces en los que ya no tendías tu ropa sucia al borde de sus pestañas.
Ahora se te acumula el polvo en el rincón que te perforó (la saliva es corrosiva si se la conserva en formol más tiempo del necesario) a fuerza de no tocar melodías ya pasadas. Y te crees a salvo, seguro, de las noches de pesadilla donde nunca reconocerías llorar para salvarte de algo aún peor. Confías en el camino recorrido, en tu piel, aunque te digas (sin oírlo) que un solo gesto puede devolverte sin red a ella. A ella. A quererla tanto, a levantar el polvo, al abismo eterno de una sola de sus palabras.
Dicen que sólo es miedo. Y te ríes. Y sin que se note, tiemblas.
Foto: Sherezade
Sonando: "Me agarraste" de Quique González
Estoy aquí en lo más remoto del mar, a salvo de tu tacto a ratos, al este de tus sonrisas enormes, inmensas, pero insuficientes cuando estás a mi oeste y no dentro. O peor, cuando tú estás dentro, latiéndome, y yo estoy fuera, sin poder tocarte. Estoy aquí, como decía, en lo más remoto del mar, sigo recordándote, porque huelo a sal y no consigo concentrarme lo suficiente como para soñar que llegas a quererme. Ni aunque te invente de puntillas. Ni aunque te sueñe de rodillas.
Da igual entonces que esté en el mar, que tenga tanto verde para camuflar, da igual cuando termino respirando arena y encallando, sabiendo que con mis lágrimas acudirás a salvarme pero no te quedarás. Eres atea y nunca te propusiste resucitar mis pulsos.
Y estoy seguro de que allí, a mi oeste, tu piel sigue oliendo a sana. Sin embargo a mi me envenenas cada vez que (no) te respiro.
Foto: Sherezade
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