Nunca creyó en príncipes azules y puede que por eso se decidiese a contar cuentos para teñirlos con su propio color. Llora a veces, siempre a escondidas, para no romperle los ejes al mundo, para no preocupar y así poder seguir deshaciendo guijarros a miradas fijas. Tiene los dedos finos, los ojos verdes, las piernas infinitas y la sonrisa de regalo. Si te la encuentras en un bar, no te aguantará la mirada por miedo a que le leas todos sus miedos y si quieres invitarla a una cerveza sólo la aceptará con la condición de pagar ella la siguiente.
Yo nunca creí en cuentos de hadas, ni en finales felices (ya sé que tú tampoco). No creí en amigos eternos, lágrimas de alegría o distancia cercana. Era incrédulo con treguas (o no treguas), diálogo, alianzas o idiomas comunes, desconfiaba con igualdades reales, con amor verdadero y felicidad a sorbitos para siempre. Ahora creo en todo ello. Aunque haya quien crea que sólo son cuentos, yo sé que puedo confiar ciegamente en ellos, si en ellos confías tú.
La foto es de Shin
Sonando: "Papá cuéntame otra vez" de Ismael Serrano
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