Tú me enseñaste que no valía tan sólo con un “mi niña” (léase la minúscula) pronunciado a media luz, que las manos necesitan confirmar los votos que se encasillan más allá de las pupilas, con los latidos dispersos (o concretos según se mire), con los ayeres anclados a las tinieblas y con todos los miedos. Me enseñaste a caminar levitando por tus muslos mientras se te/me estremecía un te quiero tan dentro de la piel, que tatuaba los órganos vitales y se diluía en el torrente sanguíneo. Construyéndose un futuro al abrigo de todos los pretéritos. Me enseñaste a querer de verdad, sin nudos, sin grietas que exigen ser rellenadas, me enseñaste a temblarte desde dentro. Aunque ya estuvieras fuera.
Tú me enseñaste a llorar a escondidas, a morderme los nudillos, a tensar las mandíbulas con la fuerza ajustada para que no salte todo por los aires. Bang y heridas de metralla en los globos oculares por no querer abrir los ojos a tiempo completo, para ver que tan sólo me querías a medias tintas. Me enseñaste a quemar las sábanas cada mañana, jurándome olvidarte como quien quema velas en sus propias entrañas y sin pedir ofrendas. Jurándole de nuevo cada noche a tu piel, deshacerme de los rastrojos de nosotros a base de cal viva incinerándome la memoria. Me enseñaste todos los cuentos populares sin quererme, sin aprendértelos, todos repletos de brujas y dragones, todos ausentes de manos tendidas. Y con el último érase una vez, yo sólo pude responderte que siempre se me atragantaron las perdices.
Sonando: "Aunque tú no lo sepas" de Los secretos
Foto: Sherezade
Entradas más recientes Entradas antiguas Inicio