El iris circunflejo de los límites


No puedes clavarme el iris circunflejo de tu mirada verde, de tu sonrisa roja, de tu piel de arena, de nuestro mañana quemado. No puedes abrirme el apetito obtuso de la ausencia de disfraces, de tu ropa interior alfombrando cualquier desierto a mil kilómetros de tu piel. No puedes taladrarme con los regueros de caricias que desprendería por tu columna, deteniéndome en cada uno de tus lunares, y pretender que no rebañe las curvas de tu cuerpo como si me fuera la vida en ello. Acampar en tu cintura lejos de cualquier carretera secundaria. No puedes. Ni puedo seguir soñándote desnuda en los vértices de la mañana con un café entre las manos, con mi corazón entre las manos, y las sábanas revueltas, tu pelo revuelto, la vida desordenada por la distancia eterna de tus piernas infinitas. No puedo recorrer el paseo Sarasate anclando mi deseo en los adoquines, recuperar el aire en la Plaza del Castillo, vacía a estar horas desiertas en las que tú duermes en otra cama, soñando otros sueños y helándome la piel por la ausencia desatinada de tu aliento en la cuadratura de una sombra, una sombra que soy yo mismo. No puedo, ni puedes tú. Y lo sabes pero aquí estás. Y lo sé pero aquí estoy.

Ambos conocemos los límites. Pero aquí estamos. En sus propios límites.


La foto, como todas, es de Elena -sin h- (antes Sherezade)


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